22 de septiembre de 2017 Desde Niza fuimos hacia Mónaco por la ruta panorámica de la Grande Corniche, contemplando las vistas desde el mirador de La Revère. Después dimos un paseo por el bucólico pueblo de Èze. Una vez en el principado de Mónaco, admiramos el famoso Casino de Montecarlo y paseamos por las callejas de Le Rocher. Por la tarde llegamos a Menton, muy cerca de la frontera italiana, donde nos deleitamos con su bonito casco antiguo (Vieille Ville). Aquel día exploraríamos los confines de la Costa Azul hasta casi llegar a la frontera italiana, visitando por el camino el Principado de Mónaco. Desde Niza, a parte de la autopista, hay tres carreteras panorámicas que hacen este trayecto, llamadas Corniche: Grande, Moyenne y Basse. Dependiendo de los lugares donde quieras parar debes usar una u otra, cada una tiene sus atractivos. Nosotros nos decantamos por las vistas panorámicas de la Grande Corniche. Por el camino hay varios miradores para disfrutar de ellas, pero el mas importante está en el fuerte de la Revère. 22 de septiembre de 2017
Desde Niza fuimos hacia Mónaco por la ruta panorámica de la Grande Corniche, contemplando las vistas desde el mirador de La Revère. Después dimos un paseo por el bucólico pueblo de Èze. Una vez en el principado de Mónaco, admiramos el famoso Casino de Montecarlo y paseamos por las callejas de Le Rocher. Por la tarde llegamos a Menton, muy cerca de la frontera italiana, donde nos deleitamos con su bonito casco antiguo (Vieille Ville).
Aquel día exploraríamos los confines de la Costa Azul hasta casi llegar a la frontera italiana, visitando por el camino el Principado de Mónaco. Desde Niza, a parte de la autopista, hay tres carreteras panorámicas que hacen este trayecto, llamadas Corniche: Grande, Moyenne y Basse. Dependiendo de los lugares donde quieras parar debes usar una u otra, cada una tiene sus atractivos. Nosotros nos decantamos por las vistas panorámicas de la Grande Corniche. Por el camino hay varios miradores para disfrutar de ellas, pero el mas importante está en el fuerte de la Revère. Aunque el día estaba muy tapado y no era el mejor en cuanto a visibilidad, las vistas nos parecieron estupendas. Había vista sobre todo hacia el SW, hacia el Cap Ferrat, una alargada península situada cerca de Villefranche sur Mer.
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Vistas desde La Revère, con Èze en primer término y Cap Ferrat al fondo
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A continuación bajamos de la Grande Corniche hacia Mónaco, y como nos pillaba de camino decidimos parar en Èze. Este pueblo, situado en un pequeño risco, suele encabezar las listas de los pueblos mas bonitos de la Costa Azul. Eso lo notamos enseguida al intentar aparcar en el pequeño parking que hay en la base de la colina, aunque milagrosamente encontramos un sitio. Èze es un antiguo pueblo medieval protegido por una muralla y por los riscos de la colina donde se asienta. Su centro está formado por una red de pintorescas callejuelas que serpentean entre bucólicas casas de piedra, siguiendo el abrupto relieve. Está lleno de un montón de rincones simplemente preciosos. La única pega es que todo resulta un poco artificioso, todos los comercios están orientados al turismo y no se ve gente local, lo que le quita un poco de autenticidad. En las ruinas del castillo de la cumbre se encuentra Le Jardin Exotique, al que nosotros no entramos pero del que dicen que tiene alguna de las mejores vistas de la región.
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Èze
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Paseando por Èze
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Pequeño rincón en Èze
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Luego partimos hacia Mónaco, uno de los países más pequeños del mundo (concretamente el 2º, tras la Ciudad del Vaticano). Es muy curioso como un país tan pequeño ha podido sobrevivir a las vicisitudes de la historia. Ésta está íntimamente ligada a la dinastía de los Grimaldi, que han reinado en el Principado desde el siglo XIII hasta la actualidad. El primero de ellos, Francisco Grimaldi, logró conquistar un castillo genovés que dominaba Mónaco haciéndose pasar por monje para entrar. En su origen el Principado era más grande, y también pertenecían a él los municipios de Roquebrunne y Menton, hoy bajo soberanía francesa. Sin embargo, su pequeño tamaño no ha sido ningún lastre para Mónaco, y hoy es uno de los países con mayor nivel de vida y de riqueza del mundo.
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Mónaco
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Llegar a Mónaco fue un poco extraño, ya que no vimos ningún cartel que nos indicara que estábamos entrando en un nuevo país. Hay que tener en cuenta que Mónaco está completamente rodeado por la trama urbana de varias ciudades francesas, con lo que hay una continuidad entre los dos países. Nuestra intención era aparcar en el parking de La Condamine, ya que nos pareció mas práctico al quedar entre la zona de Le Rocher y de Montecarlo, las dos que queríamos ver. Pero tanto este parking como el de Place d'Armes estaban llenos, así que nos tuvimos que ir al del Grimaldi Forum, situado junto a Montecarlo. De forma que la primera visita en Mónaco fue evidente, el Casino de Montecarlo. Al llegar era un hervidero de gente, la gran mayoría curiosos que se acercaban a ver si veían a algún famoso o para admirar los lujosos deportivos aparcados en la puerta. Se podía entrar y visitar de forma libre el vestíbulo del casino; eso sí, solo se puede hacer por la mañana, hacia la tarde se abre a los clientes y la entrada está celosamente regulada. El vestíbulo es un magnífico ejemplo de lo que es este casino: lujo y distinción; todo estaba cubierto de mármoles y de relieves dorados. Aunque solo pudiéramos ver aquella sala, a nosotros nos resultó suficiente para hacernos una idea de cómo debían ser las otras.
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Casino de Montecarlo
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Vestíbulo del casino
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Nuestro siguiente objetivo iba a ser Le Rocher, una colina sobre la que se asienta la parte más antigua y mejor conservada de Mónaco. Desde Montecarlo se tarda una media hora caminando, así que decidimos coger uno de los buses del eficiente sistema de transporte público monegasco. Cerca del casino cogimos el bus nº2 (billete 2 €, comprado al mismo conductor), que nos llevó directamente a Le Rocher (es uno de los pocos buses que sube). Cerca de donde nos dejó el bus se encuentra el Museo Oceanográfico, emplazado en un bonito edificio neoclásico, en el que no entramos por falta de tiempo. A nosotros nos interesaba mas pasear por las callejuelas que destilan todavía un aire medieval en Le Rocher. El contraste con el resto de la ciudad no podía ser más grande, allí no se apreciaba nada del lujo que caracteriza a la ciudad. A nosotros nos chocó, no esperábamos encontrar aquella especie de pequeño pueblo en pleno Mónaco. Para darnos cuenta que estábamos en el Principado, nos asomamos a uno de los muchos miradores que dan al norte, que tienen unas vistas espectaculares de la ciudad y del puerto lleno de yates. Ese es el Mónaco que todo el mundo tiene en la cabeza.
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Le Rocher, Mónaco
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Vistas de Mónaco desde Le Rocher
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Paseando por Le Rocher
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Hacia el extremo occidental de Le Rocher se encuentran los dos edificios históricos mas importantes de Mónaco. Primero la Catedral, un edificio moderno de principios del siglo XX. Lo más interesante del templo es que es el lugar de entierro de la mayoría de los Grimaldi; sus tumbas son sencillas lápidas dispuestas en el deambulatorio del ábside, y es muy popular entre los visitantes la de Rainiero III y Grace Kelly. Muy cerca de la catedral se encuentra el Palais Princier, la residencia actual de los Grimaldi. Aunque visto desde su entrada principal de Le Rocher no lo parezca, todavía conserva su estructura de fortaleza, con altos muros y almenas en las fachadas que miran hacia norte y sur. Esta fue la fortaleza que conquistó el primer Grimaldi en el siglo XIII, Francisco, y una estatua suya vestido de monje frente al palacio recuerda su epopeya.
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La Catedral de Mónaco
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Palais Princier, la residencia de los Grimaldi
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Abandonamos Le Rocher por la Rampe Major y paseamos un rato por el barrio de La Condamine. Estaba llena de mansiones barrocas y era muy tranquilo para pasear. Con aquello dimos por concluida nuestra visita por Mónaco, que nos gustó mucho, sobre todo Le Rocher. Al final nos estuvimos unas dos horas y media haciendo la visita. Volvimos a coger un bus (esta vez compramos los billetes en una máquina de la calle y nos costaron 1,50 €) hasta el Grimaldi Forum, donde habíamos aparcado el coche (el parking nos salió por 9,10 €).
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La Condamine
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Abandonamos Mónaco y nos dirigimos a Menton, la última localidad francesa que hay antes de la frontera italiana y donde haríamos noche. Así que fuimos directamente a nuestro alojamiento, el Hotel Richelieu, y por fortuna encontramos sitio para aparcar en una zona azul muy cercana. El hotel era muy básico, pero suficiente para nosotros. Su ubicación era inmejorable, en pleno centro de Menton. La habitación nos salió por 62,10 € la noche (no había opción de desayuno), un precio aceptable por lo que obtuvimos a cambio.
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Nuestra habitación
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Gracias a su enorme playa de guijarros, Menton es un popular lugar de verano, y entre sus visitantes se encuentran personalidades de la talla de Jean Cocteau. Su centro se encontraba algo aletargado una vez había finalizado el mes de agosto, pero eso hacía que pasear fuera mas placentero. Su playa no nos pareció gran cosa comparada con las enormes playas de arena de las que gozamos en España. Menton es muy famoso por sus limones, y gracias a su microclima tiene las condiciones óptimas para su cultivo. No nos pudimos resistir la tentación a comprar una porción de su famosa tarte au citron.
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Paseando por Menton
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Menton
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Playa de Menton
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Aunque lo mejor de Menton es sin duda su Vieille Ville, un casco histórico medieval encaramado en la ladera de una pequeña colina. Es tan pequeño y está tan escondido que fácilmente puede pasar por desapercibido para un visitante casual. Se accede a través de una arcada situada enfrente de la basílica de Saint-Michel-Archange. Al traspasar la arcada ingresas en un lugar casi mágico, formado por estrechas callejuelas rodeadas por bucólicas casitas. Pasear por allí nos encantó, hay un montón de lugares maravillosos. Y lo mejor de todo es que apenas había gente, la mayoría de visitantes se conforma con pasear cerca de la playa. Para nosotros fue una de las sorpresas mas agradables de aquel viaje, así que vale mucho la pena dedicarle una visita.
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Vistas de la Vieille Ville de Menton
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Callejas de la Vieille Ville
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Menton, uno de las mejores sorpresas de aquel viaje
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La Vieille Ville, de lo mejor de Menton
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Volvimos al hotel a descansar un poco y a darnos una merecida ducha. Por la noche salimos a cenar por el centro, y la verdad es que nos encontró encontrar un restaurante abierto y que no estuviera hasta los topes. Al final acabamos en el restaurante Les Enfants Terribles, en el que la primera impresión no fue muy buena: el primer camarero que nos atendió nos dijo que estaban llenos aunque se veían varias mesas vacías, así que nos hicimos los tontos y se lo pedimos a otro camarero, que nos adjudicó enseguida una mesa. Pedimos tallarines con marisco y espaguetis con jamón y queso de cabra. La verdad es que la comida estaba mejor de lo que nos esperábamos, los platos eran muy generosos, la pasta estaba cocida en su punto y en el plato de marisco no habían escatimado la materia prima. Junto a medio litro de vino tinto, la cena nos salió por 55 €, un precio que nos pareció algo caro para dos platos de pasta.
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Nuestra cena
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